Como todos sabemos el lápiz o lapicero es un instrumento de escritura o dibujo de madera que en su interior tiene una varilla que tinta las superficies. A esta varilla se la llama mina y su principal componente es el grafito, forma cristalizada del carbono. También sabemos que tienen distintas durezas e incluso distintos colores y desde el siglo XX se les puede encontrar en formatos de portaminas y envoltorios plásticos en lugar de madera.
Aparte de eso poco más conocemos de él. Incluso desconocemos que un lápiz corriente, unos 18 cm de largo, permite pintar una línea de 55 km. de largo, escribir más de 45.000 palabras o sobrevivir a unas 17 sacadas de punta.
Récords aparte, este aparato tan común en nuestros bolsillos y tan usados por niños y grandes tiene su historia propia. Aunque es cierto que desde las prehistoria se han utilizado objetos para pintar y escribir basados en tiznadores carboncillos, los técnicos datan como año de inicio de algo parecido al lapicero actual el año 1565.
En el año 1564, una tempestad extraordinariamente fuerte derribó un enorme árbol cerca del poblado de Borrowdale, en Cumberland, Inglaterra. Debajo del sitio donde habían estado sus raíces apareció una masa de cierta sustancia negra de aspecto mineral, desconocida hasta entonces: era una veta de plombagina, o "plomo negro". Fue el grafito más puro encontrado en ese país y posiblemente en el mundo entero. Los pastores de los alrededores comenzaron a usar pedazos de este material para marcar sus ovejas. Sin embargo, otros habitantes de la zona con más sentido de los negocios comenzaron a partirlo en forma de varitas, que luego vendían en Londres bajo el nombre de "piedras de marcar". Estas varitas tenían dos notables deficiencias: se rompían fácilmente y manchaban las manos y todo lo que tocaban. Algún genio desconocido resolvió el problema de la suciedad enredando un cordel alrededor y a lo largo de la vara de grafito, para ir quitándolo a medida que se gastaba.
Así se originó una incipiente industria que originó que en Inglaterra el grafito se empezara a extraer a gran escala en Cumberland en el año l664.
En 1760, Kaspar Faber, artesano y aficionado a la química de Baviera, mezcló grafito con polvo de azufre, antimonio y resinas, hasta que dio con una masa espesa y viscosa que convertida en varita se conservaba más firme que el grafito puro.
En 1790, el químico e inventor francés Jacques Conté, por orden de Napoleón Bonaparte, se dedicó a hacer lápices ante la escasez que había de ellos a causa de la guerra con Inglaterra.
Así a sus 40 años de edad, Conté produjo por primera vez lápices hechos de grafito, previamente molido con cierto tipo de arcillas, prensando barras y luego horneándolas en recipientes de cerámica. Este método patentado en 1795 dio paso a la fabricación de los lápices modernos. Conté pudo fabricar lápices de diferente dureza, según la arcilla, y de altísima calidad.
En 1812, el ebanista e inventor William Monroe, de Concord, Massachussetts, Estados Unidos, fabricó una máquina que producía estrechas tablitas semicilíndricas de madera de 16 a 18 centímetros de longitud. A lo largo de cada tablilla, el aparato producía estrías justo en la mitad del grosor del delgado semicilindro moldeado. A continuación, Monroe unía con cola las dos secciones de madera, pegándolas estrechamente en torno al grafito y así fue como nació el lápiz tal y como lo conocemos en la actualidad.
Los lápices actuales se fabrican con grafito -los negros- o caolín teñido -los de colores-, van recubiertos de madera -en general cedro- y abarcan una variada gama de formatos -cilíndrico o prismático-, dureza y usos -los hay para escribir en papel,vidrio y todo tipo de materiales-.
Su producción y venta recibió un fuerte impulso a mediados del siglo XIX, de manos del barón Lothar Faber, que adquirió en 1856 una mina de grafito en Siberia, cuya producción hizo transportar a lomo de reno y por barco hasta la factoría de Stein-Lothan. Disgustado y perjudicado por las imitaciones, logró en 1874 que el Reichstag promulgara una ley para proteger su marca, lo que convirtió a su lápiz en el primer artículo patentado de Alemania. A la marca germana, que llevaba las iniciales del hijo de Kaspar Faber (A.W.) se le agregó más tarde el apellido Castell (debido al casamiento entre nobles de ambas familias), componiendo el nombre que ahora distingue al fabricante de más de 2.500 artículos para dibujar y escribir. El edicto del príncipe Leopoldo que autorizaba el uso del doble apellido se perdió después de la guerra, fue encontrado varias décadas más tarde en un mercado de pulgas de Chicago y hoy puede ser observado en el museo de la empresa alemana. En este museo del lápiz además de lo anterior se pueden encontrar curiosidades como una carta del pintor Vincent van Gogh a su amigo Van Rappard, donde elogia los lápices que "dan un excelente negro" y dice que ha "dibujado con ellos a una costurera y obtenido el mismo efecto que con la tiza litográfica".
Las vitrinas del museo exponen coloridos estuches de lata que contienen los curiosos "Ring pencils" para Inglaterra y las colonias,"Caravan Pencils" para Arabia,"Floral pencils" para Japón y "Aristocratic pencils" para China. También pueden verse modelos especiales de lapiceras fuentes y lápices, hechos en marfil u oro, como los del Rey Luis II, y un dibujo que documenta el lápiz utilizado por Bismarck, uno de cuyos extremos está quemado ya que el canciller alemán lo usaba para cargar su pipa. Otros grandes artistas como Peter von Cornelius, Gustave Doré, Jean Dominique Ingres y Wilhelm von Kaubach elogiaron en sus misivas a los lápices Faber-Castell que recibieron medallas de oro en exposiciones de Berlín, Munich, París, Londres y Nueva York.
En 1835 J.S. Stadtler fundó la fábrica de lapiceros de su nombre que si bien no aportó ningún descubrimiento se convirtió con los años en una de las más importantes a nivel mundial ganando en el año 2003 el premio "punto rojo" por su diseño Triplus, muy útil por su ergonomía en el aprendizaje a la escritura.
El éxito sin duda era algo predecible: una herramienta que permite distintos tonos de escritura según la presión ejercida o la redondez de su punta, la posibilidad de su emborronamiento que da lugar a las sombras y difuminados en la pintura, e incluso su posibilidad de corrección con la goma de borrar. Por no hablar de la facilidad de su puesta a punto con cualquier objeto afilado que se tenga a mano.
De esta manera una nueva casualidad dio origen en 1564 a una herramienta que ha permitido un nuevo estilo de pintura, que es esencial en la educación, que no hay negocio en el mundo que no lo utilice y que por su barato precio se puede afirmar que todo hombre sobre este mundo ha tenido alguno en sus manos y que tal ha sido su revolución que hasta hoy en día podemos ver lápices cosméticos que maquillan los rostros.
Se afirma que los buenos lápices hoy están hechos de grafito de Siberia y madera de cedro americana.
Ahora cada vez que cogamos un lápiz ya podremos hacer historia y sabremos el porqué de nombres como Conté o Faber-Castell.